Cuando fui el dmingo a Olmedo mi madre no hacía más que quejarse de que uno de los gallos no la había dejado dormir.
Por lo visto, empezó a cantar a las cuatro de la mañana y no paró en toda la noche.
Creo que tú no tendrías ese problema.
Acostumbrada a mis ronquidos mucho tendría que gritar el plumífero para que te enteraras
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