domingo, 21 de julio de 2013

Aventuras de Kara Cole, investigadora privada (II)

Tal y como sospechaba la policía no abrió ninguna investigación, así que se limitarían a notificar la defunción a la familia tan pronto como lograran identificar al ahogado. Del desaparecido no había ni rastro. La gente esperaba que en un par de días el mar devolviera su cadáver, pero Kara Cole, investigadora privada sabía que había algo más tras su ausencia.
Descubrir la identidad del turista no la llevó mucho tiempo, Tan sólo había necesitado jugar a la turista cotilla por los hoteles y terrazas. Un comentario sobre el accidente, insinuar que podría hospedarse por allí y listo. Todo el mundo quiere tener su parte de protagonismo en una cosa así y pronto supo en qué hotel se hospedaba.
Esperó por la parte de atrás del establecimiento al descanso de los empleados, cuando salían a fumar o a dar un paseo por la playa. En un aparte sobornó a uno de ellos para que le dejara echar un vistazo a la habitación antes de avisar a la policía. El chico regateó y le sacó 500 euros, casi el doble de lo que había calculado en un principio. Pero ahora sabría quien era el muerto.
La habitación estaba desordenada. Mucho. El armario estaba revuelto, los cajones de la cómoda estaba vacíos sobre la cama, con su contenido esparcido por el suelo.
Kara Cole, investigadora privada, sabía actuar en esas situaciones. Le dijo al muchacho que no tocara nada y ella misma se puso unos guantes. En vez de fijarse en todas aquellas cosas desperdigadas por la habitación intentó imaginar que faltaba. Había ropa para varios días, incluso semanas. En el baño había un neceser con productos de higiene personal. Incluso encontró la cartera del muerto.
Raúl Esteban, de Madrid. 52 años.
Según una tarjeta de visita era gerente de ventas en una inmobiliaria. Kara Cole, investigadora privada, se guardó la tarjeta y lanzó un último vistazo a la habitación. Algo llamó su atención. Al lado de la cama, uno de los enchufes, tenía un cable conectado. Se trataba de un cargador para un portátil, pero en esa habitación no había ningún ordenador. Ni siquiera un móvil.
Agradeció al chico su ayuda y se largó de allí. Ya tenía algo con lo que empezar a tirar de la madeja y aún le quedaban un par de sitios a los que ir.

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